Una historia no pensada

Soy de un pueblo del interior de un país magrebí, estuve bastantes noches sin dormir ya que estaba preparando mi viaje a un mundo mejor en el más absoluto silencio en cuanto se refería a mis padres, mis siete hermanos y mi anciano abuelo. Todas las mañanas cogía mis lentes para ver la luz del amanecer en el maravilloso desierto y su suave arena.

 

Mi abuelo nos solía llevar a veces de pequeños con mis veinte primos y seguíamos las instrucciones que nos daba para no perdernos, y nunca pasó, las seguíamos al pie de la letra, nos enseñaba a meditar y a dar gracias a Alá, único dios y creador de nuestro universo, por haber nacido y hacernos partícipes de él, ya que toda mujer es concebida bajo su consentimiento pero él no tiene ningún hijo único ya que todos los humanos somos sus hijos como no en otras religiones, por ejemplo Jesús. está en el Corán considerado como un profeta.

 

Recuerdo cuando nos sentábamos a almorzar todos en casa y cuando mi madre no se sentaba nos decía que ya había comido, pero un día a través de una cortina la vi y nunca se lo dije. Comiendo las pocas sobras que dejábamos todos. Eso es lo que me impulsa a irme y dejar mi cultura y parte de mi vida.

 

Tuve un matrimonio concertado a los 17 años pero aquello fracasó y no precisamente por aquella pobre chica, luego a mis 27 años tengo otro que no realizaré nunca. Una mañana allí dejando una carta escrita, alegando mis razones y con mi mochila en la espalda en vez de dirigirme a mi trabajo, cogí una guagua que me esperaba en un punto clave. Estaba llena de gente de mi edad, tardó dos días y medio en llegar a un puerto de mar, nos quedamos una noche a la intemperie, escondidos hasta que al amanecer llegó un pequeño barco, éramos unas treinta personas, pero unas 10 personas negras que ya estaban en el barco, venían de un lugar más lejano, el barco estuvo navegando día y medio, luego paró hacia las tres de la tarde y nos dijeron que teníamos que esperar hasta medianoche, para pasar a botes salvavidas, aquellas horas se hacían interminables pero por fin llegaron.

 

Llevábamos unos cuatro días y vi como uno de los chicos negros no se sentía bien me acerqué y me dijo que no aguantaba más la sed. Le di agua de una de mis dos cantimploras que yo racionaba. Mientras mi cuerpo tambaleaba mis pies acariciaban con mis plantas el océano.

 

El chico se llamaba Ali, vimos tierras y nos lanzamos a la orilla al llegar la policía nos cogió a todos, a los peores, entre ellos All, los pusieron en una ambulancia. A los demás nos pusieron en una furgoneta, nos hicieron una revisión y acabamos en un campamento. Allí no quiero contar lo que sucedía pues se pueden imaginar la lucha por la supervivencia.

 

Después de dos meses y medio, quizás tres, pasé con cinco compañeros más a un piso tutelado e iba dos días a un centro social a aprender castellano, me habían dicho que encima había otro piso tutelado. Yo pensaba en silencio todos los días en Ali, me gustó tanto cuando me dijo que le gustaría que sus brazos se alargasen para acariciar con las yemas de los dedos las estrellas de la noche que nos guiaban y nos daban luz. Un día en el ascensor me encontré a Alí por casualidad, me dijo que él tampoco había dejado de pensar en mí, el chico que le favoreció. Yo conseguí clandestinamente un trabajo en una dulcería de noche y él me dijo que solía prostituirse con señoras mayores dejando sus datos en una agencia y luego le llamaban para sus servicios. El detestaba todo aquello. Su ilusión era hacer imagen y sonido, diseño o marketing. La mía era hacer artes escénicas o bellas artes.

 

Nos veíamos muy a menudo y dábamos largos paseos, charlábamos de nuestras culturas y de nuestros sueños aún por llegar. A medida que el tiempo pasaba, Alí junto a una colombiana que nos hicimos amigos donde ella trabajaba cuidando ancianos, me propuso que por qué no alquilábamos un piso pues ya habíamos conseguido el permiso de residencia y así lo hicimos.

 

Alí consiguió un trabajo más de acuerdo con él, pues una señora cuando la vio le propuso hacer pase de modelos y a mí me hicieron un contrato en la dulcería. Sentía un cariño especial por él que no sabría cómo definir: ya no rezo cinco veces al día sino por la mañana y al acostarme, aunque sigo haciendo el ramadán. Él perdió la fe pero sí que me acompaña en el ramadán para tener mejor tipo. Me confesó que hacía tiempo que me amaba pero si me lo decía tenía miedo a perderme como amigo. Yo le dije que me pasaba algo parecido y nos hicimos pareja con discreción ante la comunidad musulmana.

 

Él está haciendo diseño a distancia y yo bellas artes aunque no puedo ir siempre a clase por mi trabajo. Le mando de mi humilde sueldo algo a mi familia para que tengan un poco menos de miseria. Alí hace lo mismo. Ya llevo diez años aquí, no sé cuándo podré volver a visitar a mi familia pues el paraíso que esperaba encontrar no es la opulencia pero al menos si un alivio: puedo ser yo mismo. Me acuerdo a menudo de la dulce y caliente arena del desierto, de las estrellas de la noche con su bella luna, de mi cultura… Ya sé que los paraísos no existen. No le puedo dar dinero a Alí para ayudarle en sus estudios, ni él a mí, pero con nuestro corazón más amor cada día. Y ese ha sido el encuentro con lo que tenía escondido dentro de mí y ya que dije que los grandes paraísos no existen, si creo en mi pequeñito paraíso, el ser yo mismo, el amor que recibo y el que doy, esperando que la esperanza siga y que la llama encendida en mi corazón se vaya conmigo el día que tenga que despedirme de este.