El ayer y el mañana

A veces, aunque no siempre, sino muy de cuando en cuando, a solas en mi habitación, en los momentos más nostálgicos, me siento como un personaje de una novela de Sagan, la memoria me traiciona y el pasado viene con todos sus recuerdos, no sé si los recuerdos lo traigo yo o son los recuerdos quienes me llevan a ellos, ahora me siento vieja y cansada y quiero recordar lo que existió con intensidad para mí en otro tiempo.

 

Tenía un mundo lleno de ilusiones, no es que ahora no las tenga, pero las siento de otra manera, porque sé que llegarán, quizás cuando ya yo no esté. Luché con mucha más gente por cambiar todas las injusticias que veía cerca y lejos de mí, por una sociedad más justa y equitativa por el respeto a la diversidad, la diferencia, el medioambiente, etc. etc. etc. Aunque los días fueran grises, yo hacía que para mi fuesen claros y radiantes, era tremendamente pasional y aún en ocasiones lo sigo siendo y no dejo que el raciocinio que me ha dado mi experiencia me robe, la poca pasión que me queda, ya que muchas veces me da fuerzas para seguir luchando dentro de mis limitaciones por los años, se que ya no subiré la cima del Everest, pero puedo pisar con firmeza su larga falda y a la sabana. Mi madre me decía riéndose que no se qué lapsus tuvo al decirle mi padre el día que nací que me llamasen Ángeles, porque la verdad era todo menos un ángel, claro desde su visión cristiana, y la verdad que desde ninguna visión quiero parecerme a un ángel.

 

Hablamos por primera vez al terminar una manifestación por la paz y el desarme, aunque conocía a Ana de vista en un bar muy visitado por la disidencia, que por cierto sus dueños parecía que pasaban de todo aquello, pero con tal de ganar dinero hacían oídos sordos. Ana estaba en un grupo de teatro, daba recitales de poesía y tenía un niño de cuatro años de su tercera pareja de la cual terminaba de separarse, Alberto el niño que me adoptó con el tiempo como madre también, yo había tenido dos parejas la primera de la cual me divorcie ya que se enamoró de una más guapa y joven que yo, el que decía que la belleza estaba en el interior y esta fue miss, no sé si era bella también por dentro pues la conocí muy superficialmente y la verdad que tampoco me creo en posesión de ella para juzgar a nadie, pero si era bella por dentro tuvo suerte el revolucionario, de la segunda pareja me separé después de cuatro años seguimos siendo amigos hasta que se fue a vivir a Holanda y perdimos la relación sin darnos cuenta, lo que suele pasar a veces con mucha gente, él quería tener un hijo y a mí no me apetecía para nada la maternidad. Poco a poco Ana y yo nos seguíamos viendo y saliendo más a menudo, solíamos pasar por un bar ambientado en el siglo pasado, dábamos largos paseos a la orilla del mar, Ana me iba metiendo en su mundo artístico y sensible, me hacía ver cosas que antes en mi, pasaban desapercibidas y yo sin darme cuenta la metí a ella en mi romántica revolución, nos fuimos aportando mutuamente muchas cosas.

 

Un día aun no recuerdo como fue se me ocurrió invitarla a cenar a mi casa, se me daba muy bien la cocina, el caso que entre recuerdos míos y de ella, chistes buenos y malos acabamos haciendo el amor, no es que quiera mitificar mi relación anticonvencional y lésbica, el caso es que me sentí amada tal y como era.

 

Fuimos víctimas de muchas críticas, no me importaban aquellas que provenían de personas integradas en el sistema de una sociedad hipócrita, pero no voy a negar que me dolían las de aquellas personas que querían cambiar el mundo como yo. Comprendí entonces que por mucha revolución que hagas si no creas un ser humano nuevo de nada sirve, y empecé a ser la mía propia, me reía de aquella gente y me sentía con orgullo una verdadera transgresora de valores absurdos, haciéndole ver a esas personas que eran tan reaccionarias o peor que las que tenía el control del poder que de nada vale cambiar, si el miedo sigue dentro de nosotros, le citaba a Kant cuando dijo “El mundo nunca será mundo, no hay quien en paz viva mientras el ser humano no sea el propio juez de sí mismo”.

 

Ana y yo vivimos juntas más de treinta años, de nuestras reivindicaciones muchas salieron adelante y hasta algunas por suerte ya han quedado desfasadas, otras aún se siguen reivindicando, y espero que si la humanidad sigue evolucionando siempre exista gente, reivindicativa, insumisa, aportando cosas para un mundo mejor con una sonrisa en sus labios.

 

Hoy han venido a pasar conmigo unos días, Alberto el hijo de mi querida Ana, al que considero mío también, su novia, una preciosa e inteligente mulata caribeña que conoció mientras hacía un máster en Paris y mi queridísima y aun ya no tan adolescente mi nieta Angeles fruto de una anterior relación.

 

Muchas veces al acostarme el insomnio se apodera de mi y al tomar las pastillas, me siento como una loba esteparia, y entonces oigo la dulce voz de Ana, susurrándome en mis oídos aquel poema Herman Hesse, que decía algo así, desde las frías mansiones del éter cuajado, sin días, ni noches sin sexo, ni edades, sonrió con una sonrisa astral, esto va entrando por todo mi cuerpo hasta caer en los brazos del mítico Morfeo. En lo más profundo de mí ser, tengo ya ganas de que mis cenizas descansen en el atlántico y en el monte junto a Ana.

 

Este pequeño diario de mi abuela lo encontró en una caja de su escritorio tres días después de esparcir sus cenizas, como era su deseo, una historia de amor y revolución que permanecerá siempre viva en mi recuerdo y estará aunque ellas no lo sepan en todas las personas que luchen por un mundo más justo y libre, pero eso sí, que su fuerza sea siempre mayor que el miedo, haciendo también su revolución personal.